apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.
en la rama desnuda del ocaso.
Una rosa ceniza, como un frío
beso crecido en unos muertos labios.
su palidez de hielo entre mis manos.
Las pupilas alargan sus miradas
como cautivos pájaros.
de este paisaje, este árbol
donde día tras día oscuramente
mi pobre corazón se va quedando.
en todo lo lejano,
ser otra vez aliento en el paisaje
que fue otra vez soñado.
que en hielo y sol el tiempo va quemando.
se enciende, se ilumina, y a su amparo
el corazón revive,
remoza primaveras, sollozando.
en la rama desnuda del ocaso.
y entre la tibia cuenca de mis manos
mi corazón levanto.
para sentirse el corazón dorado.
ceniza.
Octubre es fruto
otra vez en el árbol.



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