
Un cuento en tres partes "La ciudad de los tontos"... tercera parte...

Cuando todo hubo concluido, trasladaron a los tontos a su nuevo emplazamiento y pusieron en marcha los mecanismos que convertirían su misión en el acontecimiento más importante de todos los siglos. Satisfechos y felices, los listos se dijeron:
“¡Ahora si que vamos a gozar de una paz duradera y fructífera que nos permitirá alcanzar el máximo desarrollo y progreso sin el entorpecimiento de las necedades de los tontos!”.
Y dando por terminada su misión, hallaron que todo era bueno y se recrearon en ese gran momento de éxito que marcaría el devenir de la historia para siempre.
En cuanto los tontos se encontraron en el lugar que les había sido destinado, se dedicaron todos ellos a construir una ciudad cuyas normas y características fueran un fiel y unívoco reflejo de lo que eran sus habitantes; ciudad en la que podrían realizar cuanta tontería les viniera en gana para gozo y disfrute de todos sus ciudadanos. Olvidándose de las fatigas pasadas en el mundo de los listos y de las penurias derivadas del traslado, se pusieron manos a la obra y en poco tiempo vieron cómo su trabajo daba el fruto deseado.
En ese lugar se alzó una magnífica villa cuyas leyes no eran otra cosa que lo que sus ciudadanos decidieron otorgarse, de acuerdo con sus necesidades y con sus idiosincrasias.
En esa ciudad se vivía una absoluta ausencia de ambición de poder y una imposibilidad de acumular bienes materiales más allá de las necesidades de cada uno.
No existían desconfianzas, envidias, avaricias, codicias u otras cosas así. Se gozaba de fe en la vida y en las criaturas, además de una respetuosa admiración y conservación de la naturaleza y un amor incondicional tanto a sí mismos como a los demás.
En fin, que los tontos aplicaron a su sociedad todas esas cosas que los listos calificaban de tonterías, y que, por no aburrir, omitiré.
A veces, aparecían entre ellos nuevos tontos que habían sido expulsados del mundo de los listos. Al principio esto causaba un poco de confusión y de perplejidad. Los pobres nuevos ciudadanos iban como descarriados, sin saber ni por dónde andaban, ni qué les sucedía, como perdidos y desorientados; pero como nadie les increpaba, ni torturaba, por las tonterías que hacían (ya que esas tonterías se ajustaban a las normas, usos y costumbres de la ciudad como un guante a una mano), velozmente eran reconocidos como ciudadanos de pleno derecho. Era como si siempre hubieran estado allí.
Desde entonces hasta nuestros días, tanto la nueva ciudad como sus pobladores disfrutan de una bella armonía y gozan de paz y felicidad.
¡Qué lástima que el nombre de la ciudad y su ubicación hayan desaparecido de la memoria de la humanidad! Con lo agradable que hubiera sido el darse algún paseo por allí, para admirar el modo de vida que los supuestos tontos alcanzaron y, por qué no, copiar algunas cuantas de sus normas y leyes…
Pero tal y como se ha explicado ya no es posible el hacerlo.
Y, a todo esto, cabría preguntarse qué fue de los listos y de su mundo; pues bien, lo cierto es que los resultados de la brillante misión que acometieron no fueron todo lo maravilloso que ellos esperaban y sus expectativas fracasaron estrepitosamente.
Como ya advirtiera alguno de los muy listos, a pesar de la perfección de sus investigaciones y planes, algo se les escapó de las manos. Ya se sabe, cuando uno intenta controlarlo todo a la perfección, de un modo raudo y haciendo muchas cosas a la vez, por muy listo que sea, se mete en arenas movedizas, y las arenas que a ellos se les movieron, provocando el derrumbe de su mundo, fueron que se quedaron sin tontos a los que tiranizar.
La verdad, las dificultades empezaron a crecer, al igual que crecen los hongos con las primeras lluvias del otoño: engaños, felonías, odios, luchas intestinas de todos contra todos, apetitos desatados e incontrolables, contiendas inacabables, desnaturalizaciones varias… En fin, un global y absoluto desastre.
¡Vaya, que lo de Sodoma y Gomorra creció como la espuma en todos los pueblos y campos del mundo de los listos, sin que hubiera dios que acabara con eso!
¡Ya se lo puede uno imaginar!
Dados sus rasgos de personalidad, los listos que resultaban dominados por otros listos (sin que por ello les creciera ni un pelo de tonto, lo cual tal vez hubiera aliviado la situación) rápidamente ideaban y ejecutaban feroces venganzas, de manera que pudieran vencer y dominar a su vez a todos cuantos les sometían… Y así, sucesivamente iban destruyéndose los unos a los otros sin remisión, unido todo esto a que, cuando nuevos listos aparecían en ese mundo, la cosa se agravaba sobremanera, ya que los nuevos listos llegaban con todas sus características en ebullición, pujantes de fuerza y vigor.
Algunos atribuyen la caída de ese mundo a que, como alguien dijera, “La cabeza no puede ocupar el lugar del corazón eternamente”.
Eso es lo que obtuvieron los listos y el mundo que ellos mismos construyeron a su imagen y semejanza. Ahí siguen, todavía hoy, yendo de mal en peor, esclavos de esa alocada carrera de destrucción y oscuridad.
Y esta ha sido la historia de la ciudad de los tontos; tontos que, al final, parecieron no serlo tanto.
Tercera y última parte del cuento “La ciudad de los tontos” extraído del libro “Cuentos para la libertad”
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1 comentario:
Me encanta leer.. por ello descubrir esta pagina ha sido muy importante para mi.
queria felicitarte, todo lo que hay en ella es PRECIOSO!!
un beso, sigue asi!
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