Llamemos a las cosas por su nombre. Admitamos que el atrevimiento de miles de hombres a declarar que una mujer es suya para siempre, por encima de la propia vida, y hasta de la muerte, no es una inclinación genética, sino un criterio aprendido, de una sociedad machista que considera a la mujer como una subespecie humana. Las palizas de un marido a su mujer para domarla a su gusto, las amenazas, las coacciones, las vejaciones, los malos tratos, tan cotidianos como el aire que respiramos, que una multitud de hombres, y no exagero, utilizan como estrategia para doblegar a su compañera, son distintas formas de lo mismo: Técnicas de imposición de un sistema patriarcal, apoyado en una arraigada mentalidad machista que hay que desterrar aunque para ello haya que transformar toda la estructura social empezando por el concepto tradicional de familia .
¡Pero cuántas veces he visto yo a los hombres marcar su territorio alrededor de sus mujeres!, esclavas que pasean por los parques, que van sonrientes al trabajo, al gimnasio, o de compras sin que nadie quiera o pueda ver la soga que amenaza sus vidas, impidiéndoles ser ellas mismas. Mujeres que, en muchas ocasiones no llegan a atreverse a plantear una separación por miedo, y que viven humilladas bajo la tutela de un marido o compañero que limita cada uno de sus movimientos, y al que tienen que dar cuentas de cada paso que intentan dar, y que muchas veces queda frustrado por no contar con el beneplácito de su dueño. Mujeres, a menudo, relegadas prácticamente al ámbito familiar, y privadas de acceder a cualquier estatus que se salga del círculo que les ha sido marcado, bajo la amenaza del miedo, el más castrante de los castigos, casi siempre psicológicos.
Y la sociedad anima a esas mujeres a liberarse, y a denunciar, pero muchas de las que se atreven a solicitar el divorcio, e incluso que denuncian el maltrato, tienen que soportan años de acoso de sus ex , que siguen limitándolas y controlándolas, forzándolas a esconderse para hacer su vida, obligándolas, a veces, al destierro, y al desarraigo, o a cobijarse en un centro de acogida; Son miles de mujeres que viven amedrentadas mirando para atrás, porque la sociedad no puede permitirse pagar un guardaespaldas para cada una de ellas. ¿Pero hasta cuándo?
¿Y por qué no son los maltratadores los obligados a irse a un centro de acogida que, a su vez, controle el cumplimiento que estos hombres hacen de las sentencias de alejamiento? Que sean ellos los que sufran el desarraigo, y los que lleven guardaespaldas. Es cuestión de legislar, y articular las medidas oportunas, que ejecuten con garantía las sentencias judiciales.
Claro que estas medidas, si bien son cruciales para las víctimas actuales, son un tratamiento sintomático al problema, que en su origen, habría que tratar reeducando a la sociedad entera, especialmente a niños y niñas, y cambiando paulatinamente sus clásicas estructuras, una vez que está demostrado que las actuales permiten el maltrato a la mujer, y además lo ocultan, y me refiero a cualquier estructura patriarcal, como la familia tradicional machista, tanto monógama como polígama, o incluso a la cohabitación en pareja, tal y como ahora se concibe. Habría que aprender a valorar el concepto de libertad individual, y desterrar de las mentes los imaginados derechos a la posesión sobre la propia mujer, que en base a unas distorsionadas ideas de la fidelidad, del honor y del deshonor, permanecen fuertemente arraigados en la mentalidad machista, pero todo esto habría que hacerlo ya, actuando sobre la inestimable herramienta de los medios de comunicación de masas, y con la implicación de todos los hombres y las mujeres que entiendan el problema, y quieran acabar con él.
La lista continúa y ya son 57 las mujeres asesinadas en nuestro país por violencia de género.
En medio de las grandes urbes, de la impresionante tecnología que hemos llegado a dominar, y del vertiginoso desarrollo de las nuevas tecnologías, la violencia sigue siendo el método de imposición más utilizado.
Y mientras los padres maltratan a los hijos con el pretexto de educarlos, los hombres usan la violencia contra las mujeres con la intención de ejercer sobre ellas su control, los adolescentes acosan a los compañeros que no se ajustan al patrón establecido por el grupo, y los países poderosos invaden a los débiles generando conflictos que los justifiquen, entre educar en el respeto, la pluralidad, y el diálogo, como método de resolución de conflictos, o dejar que nos invada un modelo de sociedad que basa su sistema de relaciones en el uso de la violencia, y que hace del uso de las armas un derecho constitucional, yo francamente me inclino por lo primero.
De no lograr que prevalezca nuestro sistema de valores, mal asunto para los niños, para los pobres, para las mujeres, para los viejos, para los débiles y en general para los diferentes, porque el riesgo de acabar rigiéndonos por la ley de la selva será más próximo cada vez que se imponga la razón del más violento.
Para una mujer que tiene la desgracia de que su compañero la maltrate, reconocer públicamente este hecho, es convertirse en centro de miradas, y comentarios, alguien a evitar, para algunos, y cuya relación implica complicaciones y riesgos, para otros. Y mucho menos fácil es, para una víctima de malos tratos, machacada a base de "meterle" en el "coco" inseguridad, baja autoestima y, sobre todo, miedo, declarar delante de su agresor, y mirada con mirada, desoír sus repetidas amenazas para hacerlo contra él.
Así, no llegamos a ninguna parte. No hay que esperar a que la víctima denuncie, bajo el terror de las represalias. Las autoridades, los médicos, los psiquiatras, que atienden las lesiones físicas o psicosomáticas producida por esta violencia, deben actuar de oficio, y a la víctima, jamás habría que enfrentarla a su agresor, puesto que su simple presencia supone la mayor coacción para ella.
Luego estan los vecinos, los amigos, la familia...Pero nadie se atreve a "meterse" en la vida de la pareja, y cuando "pasa lo que pasa" todo el mundo dice: "Fíjate, yo sabía que tenían problemas, pero no me imaginaba tampoco esto. Con lo agradable que parecía este chico, y tan normal... no me pega que le hiciera lo que le ha hecho a la pobre mujer... ¡Que canallada! ¡No hay derecho!".
Estoy realmente harta de estos comentarios, acaso el asesino tiene cara de asesino.

No hay comentarios:
Publicar un comentario