Un cuento en tres partes... "La ciudad de los tontos" segunda parte...


Pero los listos no acababan de dar por buena la escala de medida que iba a servir para determinar que alguien era redomadamente tonto…
Tras mucho cavilar, uno de ellos exclamó:
“¡Ya tengo lo que hace que esta escala no sea un buen instrumento de medida para lo que queremos!”
-Y explicó que lo “inconmensurablemente” tontos que son los tontos, se había transformado en una variable extraña de difícil control.
- “¿Cómo podremos medir lo que no puede ser medido, debido a la ausencia de límites cuantitativos y cualitativos objetivables?” -Preguntó el descubridor del obstáculo-.
Todos los listos se sintieron muy angustiados por la magnitud de la contradicción que habían encontrado, cayendo en una especie de desaliento depresivo y desbastador.
Sería demasiado largo y aburrido relatar ahora el cómo los listos salvaron tamaña dificultad, pero poniendo toda sus “luces” en el asador y (otra cosa no tendrían, pero luces tenían y muchas), como estaban a no fracasar en ninguno de los objetivos que se habían marcado - cayera quien cayera -, superaron también esa dificultad.
Tras un trabajo monumental, terminaron la revisión de la escala de los tontos y decidieron que era perfecta; además, concluyeron que los rasgos que habían aislado, suponían un claro peligro para el bien y el progreso de la sociedad y de la civilización; por lo que su decisión de excluir de sus vidas a los tontos y agruparlos en un lejano lugar, se tornó firme, unánime y sin resquicio alguno de que pudiera sembrar dudas o ser cuestionada.
“¡Excelente trabajo!” -se felicitaron los listos mientras examinaban maravillados los resultados de sus esfuerzos-.
La tarea de elaborar la escala de medida de tontos había terminado y, ahora, les quedaba lo más complejo y delicado: el definir la escala de medida de listos.
“¡Eso si que va a costarnos sudar sangre!” -se decían los listos unos a otros-.
“¡Ahí si que nos van a rechinar las neuronas y cortocircuitar todas las sinapsis de nuestros cerebros!...
¡Eso sí que es un trabajo cuya relevancia es inmensa!” -continuaban manifestándose con gran preocupación, mientras reflexionaban con severidad y rigor acerca del método mejor para iniciar la tarea-
Después de no mucho tiempo – y es que eran listísimos -, pudieron aislar una variable que les caracterizaba con una exactitud óptima. Consistía este parámetro en el grado de éxito obtenido, por cada listo, en la sociedad en la que vivían. Ese rasgo quedó precisado, aislado y reflejado inmediatamente en la escala de medida de listos, objetivándolo con los siguientes términos: cantidad y calidad de bienes materiales que habían logrado acumular, independientemente de que les fueran o no necesarios.
Cantidad de sujetos sobre los que ejercían un poder normativo e impositivo incuestionable y un sometimiento absoluto; pero con la particularidad de que los sujetos sobre los que ejercieran los listos ese poder no debían advertirlo así, sino que los tontos debían creer que los listos desempeñaban un servicio en bien de la comunidad.
Esta variable quedaba perfecta y exactamente redondeada si estos dos aspectos aparecían interactuando y se conseguía que los tontos estuvieran absolutamente convencidos de que “sus benefactores y protectores” ejercían el poder, no por puro placer, sino con gran renuncia y sacrificio, únicamente, para ayudarles, aconsejarles y protegerle…
Los que ejercían el poder abusivamente y con sometimiento, tenían que lograr que los sometidos creyeran que los sometedores eran sus benefactores... Vamos, que si lograban inculcar en los sometidos que identificaran a los que “mandaban” con la figura del “padre bueno y abnegado”, este ítem se convertía ya en inmejorable en cuanto a su precisión y medición.
Otra variable que los listos lograron aislar y definir en su escala fue la de una elevada desconfianza, acompañada de un alto grado de menosprecio, por todos y cada uno de aquellos que, “necesitándoles para sobrevivir”, “disfrutaban de sus cuidados y servicios”.
No obstante, para que esta variable se expresara de manera óptima, tenía que ser también inconsciente para los listos; éstos debían cubrir este aspecto de la variable con un absoluto paternalismo y con una sobreprotección total hacía aquellos sobre los que la ejercían.
Es más, los listos tenían que verse a sí mismos como los ejecutores de una fundamental obra humanitaria; y eso, aun cuando sintieran desprecio por los depositarios de sus supuestos favores.
Todo esto demandaba de los listos un gasto de energía mental indescriptible, a la vez que les exigía la constante superación de enormes contradicciones que parecían, al menos a primera vista, insalvables...
“¿Cómo podremos abordar algo que, incluso para nosotros, se supone inconsciente…?”
Pero no se dejaron amedrentar. Con asombrosa rapidez y pulcritud, y tan “concienzudamente” como únicamente los listos podían hacerlo, no tardaron éstos en descubrir y aislar de uno en uno, todos y cada uno de los ítems de su propia escala de medida, por lo que los correspondientes cuestionarios pudieron al fin ser editados, probados y aplicados.
El objetivo de separar al grupo de los tontos del grupo de los listos se iba alcanzando según se llevaba a cabo el diseño que los listos, tan cuidadosa y meticulosamente, habían trazado. Su culminación estaba ya muy cercana.
“¡Al fin podremos, y de una vez por todas, vivir y progresar en paz!” -se decían los listos con brillo en los ojos-.
Y es que una cosa, particularmente curiosa, tenían también los tontos, que era una singular y perversa capacidad para crear en los listos cierta insatisfactoria e inexplicable inquietud.
Sí, aunque los listos no sabían cómo, sentían que los tontos lograban exasperarlos e incluso provocar que se sintieran angustiados...
En ocasiones, sucedía que los tontos conseguían que los listos perdieran “los papeles”. Ocurría esto, debido a una serenidad y alegría constante que mostraban los tontos, y que los listos interpretaban, al parecer, como sí los tontos utilizaran esa calma y ese gozo, a modo de arma, para fastidiarlos.
¡Y vaya si los fastidiaban!
Todo ello colocaba a los listos en una situación harto molesta y de difícil valoración, por cuanto representaba, sin poder negarlo, una solemne contradicción en el trabajo que habían efectuado respecto de la medición de su inteligencia y sabiduría; ya que tanto la escala como los rasgos que habían definido y aislado tan brillantemente, aparecían como falsos.
Los listos echaban chispas de furia, mientras se quemaban las neuronas analizando cómo podían lograr los tontos, con sus necedades, sacarles de quicio a ellos, tan listo. Abrumados le daban vueltas y más vueltas al hecho, cuestionándose:
“¿Cómo unos individuos carentes de conocimiento, ignorantes y necios, que ni siquiera saben establecer sus propias necesidades, y mucho menos satisfacerlas, logran alterarnos de esa manera?...
¿Cómo unos seres que vivían gracias nuestros continuos desvelos y a nuestras dádivas… a nuestros conocimientos y a nuestros sacrificios pueden burlarse de nosotros así?
¿Cómo esos seres despreciables consiguen crearnos tanta inquietud?”
Esas cosas se decían unos a otros, los listos, mientras veían despavoridos que los objetivos que se habían marcado, y el plan que, con tanto esmero y tanta rigurosidad, habían diseñado se esfumaban de entre sus manos a causa de tal obstáculo...
Los pobres no daban crédito a lo que les ocurría…
Aquello no podía ser cierto. No podía pasarles algo así, ¡a ellos!
Sin embargo, por más que buscaron y buscaron una solución, no encontraron salida a tan grueso problema...
Y como estaban ya más que hartos de todo, sobre todo de soportar a los tontos, decidieron olvidarse de tan feo asunto y pasar a la acción. Enterraron la contrariedad, como si no existiera, y se dijeron que todo estaba perfecto, felicitándose por los espléndidos resultados obtenidos.
Luego, se tranquilizaron unos a otros con congratulaciones y halagos, resaltando su eficacia y su rigor; y sin más vacilaciones ni monsergas, se pusieron manos a la obra.
La misión que debían realizar era demasiado relevante y complicada para que unas tonterías la hicieran peligrar. Se corría el riesgo de que todo el asunto se les escapara de las manos y, lo que era aun peor, quedar en la más ridícula evidencia ante los ojos de aquellos necios. Y eso no podían permitírselo bajo ningún concepto.
Afirmando con firmeza y decisión que todos los rasgos que habían aislado en las dos escalas eran perfectamente válidos, fiables y sin el mínimo margen de error, dieron carpetazo a sus cavilaciones y se dispusieron, sin más dilación, a llevar a cabo las aplicaciones correspondientes de los cuestionarios de medida que ya habían editado.
Ambos cuestionarios fueron aplicados a todo y cada uno de los sujetos de ambos grupos para obtener la máxima seguridad de que ningún tonto se quedaba entre ellos y de que ningún listo era separado de ellos.
La verdad es que, todo sea dicho, se llevaron más de una sorpresa, pero finalmente los individuos pudieron separarse en dos grupos.
A partir de ahí, los listos procedieron, consecuentemente, a la agrupación de los tontos en un recinto especialmente preparado para tal fin, de manera que una vez todos reunidos allí, pudieran ser enviados al lugar que les tenían reservado.
El momento crucial llegó.
Por fin, tuvieron a todos los tontos congregados, encerrados y prestos a ser trasladados. Pero los tontos, aprovechando que estaban todos juntos, se reunieron en asamblea para debatir lo que estaba ocurriendo, llegando al acuerdo, por unanimidad, de que nadie movería un solo pie de allí, sin obtener la seguridad de que los listos aceptaran cumplir el requisito, necesario e imprescindible, que iban a exponer.
Este requisito demandaba de los listos el cumplimiento de tres condiciones.
En primer lugar, los listos debían idear un mecanismo que borrara de sus memorias, y sin posibilidad de recuperación, tanto la existencia como la ubicación del lugar al que iban a ser trasladados los tontos. El mismo mecanismo debía borrar también de las memorias de los tontos la existencia y la ubicación del mundo de los listos.
En segundo lugar, los listos tenían que crear otro mecanismo que, de un modo inmediato y sin que fuera percibido por nadie, lograra trasladar al mundo de los listos a cualquier listo que apareciera en medio de los tontos; y del mismo modo, trasladar al mundo de los tontos, a cada tonto que apareciera en el mundo de los listos.
Por último, era necesario articular la manera de que, los que construyeran esos mecanismos, hicieran que funcionaran automáticamente sin ayuda de nadie y borrara de las memorias de quienes los construyeran, tanto su existencia y su funcionamiento como su utilidad y ubicación.
Los listos no podían creer lo que escuchaban. Esas insólitas propuestas eran, tan necias y tontas que, a la vez que confirmaban la validez y la fiabilidad de sus cuestionarios, evidenciaban lo infinitamente necios que eran esos individuos. Si les quedaba algún resquicio de duda a cerca de lo perfecto del trabajo que habían realizado, bastaba oír lo que estaban pidiendo esos ignorantes para convencerse.
¡Los listos se relamían de placer y gusto con lo que escuchaban!
Pero eso sí, con disimulo, no fueran a darse cuenta los tontos y se arrepintieran para fastidiarlos. Por ese mismo motivo, decidieron poner pegas a las propuestas, argumentando que ellos no lograrían nunca crear y articular tales mecanismos.
Pero para mayor goce y disfrute de los listos, los tontos se deshicieron en elogios, resaltando la inteligencia y sabiduría de los listos para tratar, así, de convencerlos de sus capacidades y de que tendrían éxito en idear y poner en marcha tales mecanismos; animándolos efusivamente a trabajar en ello.
¡Ah!, y no debían olvidar que todo debía funcionar a perpetuidad, de generación en generación y por los siglos de los siglos.
Henchidos de satisfacción y mirándose con complicidad, pero simulando mucha preocupación, los listos se entregaron en cuerpo y alma a la tarea.
La cosa tenía miga y no era nada fácil ni siquiera para ellos. Tras varios intentos fallidos y casi al borde de la desesperación, consiguieron por fin ejecutar la petición de los tontos, hasta el último detalle, con pulcra y rigurosa exactitud.
Los listos también lograron, afortunadamente, en esa ocasión que los tontos los tomaran como a sus benefactores.
Así que todo iba “miel sobre hojuelas”.

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