Un cuento en tres partes "La ciudad de los tontos"... primera parte...


En un lugar del mundo, cuyo nombre ha sido borrado de la memoria de los hombres, existe una ciudad en la que viven felices todos los tontos de la Tierra.
Esto es así gracias a los listos del planeta, quienes, en un momento decisivo e histórico para la humanidad, decidieron desembarazarse de todos aquellos que, probada e irremisiblemente, demostraran ser tontos.
Una vez que los listos consiguieron aislar y agrupar a los tontos, éstos fueron tele transportados automáticamente a esa ciudad.
Desde entonces, el mecanismo se repite sin el mínimo error cada vez que aparece algún tonto entre los listos, de manera que, antes de que alguna necedad frene o entorpezca el desarrollo y el progreso de los humanos dirigido por los listos, los tontos son prontamente segregados y remitidos a su ciudad; y esto a una velocidad tal que nadie logra darse cuenta del proceso.
Así los listos pueden seguir aplicando su sabiduría libremente y sin obstáculos.
Por otro lado, lo mismo sucede si en la ciudad de los tontos aparece de repente algún listo; éste es rápidamente, y por el mismo mecanismo, trasladado al mundo de los listos.
Este acontecimiento marcó un significativo hito en la evolución de los seres humanos.
Gracias a eso, los listos que eran todos calvos porque no tenían ni un pelo de tontos, se echaron en brazos del progreso sin preocupaciones ni angustias que dificultaran sus caminos; y, sobre todo, sin tener que sufrir el vigilar constantemente a los tontos para supervisar y enmendar sus torpezas.
Por otro lado, los tontos – que eran extremadamente peludos porque ya no les cabía ni “un pelo de tontos” -, pudieron, desde entonces, entregarse a sus tonterías sin tener que soportar los constantes y desagradables sermones de los listos.
No faltaron los que dudaron, de que los listos fueran precisamente los sabios y los tontos los necios.
Hubo mucha gente que difundió el rumor de que, justamente, la cosa era más bien al revés… Sin embargo, y como quiera que la historia fuese, los que se tomaron a sí mismos por muy inteligentes y sabios, se denominaron a sí mismos listos; y éstos quisieron separarse y alejarse para siempre jamás de aquellos a los que consideraron tontos.
Naturalmente, llegar a todo esto supuso un arduo y costosísimo trabajo que, obviamente, tuvieron que asumir los listos -¿quién si no iba a hacerlo?-, que se vieron en la acuciante necesidad de dar la talla, haciendo brillar toda su “listeza” en la elaboración de semejante hazaña. Lo primero que tuvieron que establecer fue una escala precisa y fiable que les permitiera medir, sin lugar a dudas ni a errores, la variable “tonto” y la variable “listo” a fin de definir unívocamente, con la mayor eficacia y una pulcra eficiencia, quién era tonto y susceptible de ser desterrado; y quién era listo; para que todos ellos pudieran entregarse sin trabas a su importantísima misión en el curso evolutivo humano.
A toda costa, dada la gravedad del caso, debían ser evitados errores y malos entendidos. Nada podía dejarse al azar, en todo momento tenían que dominar la situación y mantener un control exhaustivo. Los listos debían evitar, por encima de todo, que el asunto se les escapara de las manos, ya fuera porque los tontos lo echaran a perder con sus necedades –lo más probable-, o porque algún listo “borderline” metiera la pata; cosa también a controlar y tener en cuenta.
La tarea era de una importancia y dificultad pasmosa y abordarla daba escalofríos al más pintado de los listos. Sin embargo, como nadie les ganaba a listos, y lo eran enormemente, pusieron sus neuronas a trabajar de inmediato.
Enseguida pudieron aislar pautas y mecanismos de pensamiento, rasgos, conductas, actitudes, aptitudes, capacidades y expresiones emocionales que se revelaron como instrumentos de medida excepcionales para determinar, de una manera exacta, brillante, y sin rastro de duda ni de error, todas las escalas de medidas que necesitaban para tamaña proeza.
Cuando lo obtuvieron, pudiendo definir todas las variables, y todos los parámetros requeridos, se felicitaron unos a otros por lo excepcionales y trabajadores que eran. Los listos estaban tan satisfechos que no cabían en sí de gozo. Sin embargo, como hasta en ellos mismos había grados, los más escrupulosos sintieron cierta inseguridad frente a los instrumentos que habían conseguido; arguyendo que la fiabilidad y la validez de esos instrumentos eran discutibles y que únicamente cuando alcanzaran el cien por cien, con un margen de error de cero, podrían dar por finalizada la labor, ya que una tarea de tal envergadura debía de ser perfecta.
El resto de los listos se sintió aplastado por el peso de semejantes argumentos y dejándose contagiar por los “muy, muy listos” se sintieron todos muy inquietos e inseguros respecto del trabajo que habían realizado.
Así que, ni cortos ni perezosos, volvieron a revisar rigurosa y minuciosamente todas las variables, por si se les hubiera escapado algún gazapo o por si alguna variable extraña hubiera escapado al control que todas ellas sin excepción, según creían los listos, habían sido sometidas.
La cosa era demasiado grave y seria para que un “quíteme allá esa paja” mandara “a paseo” todo el descomunal esfuerzo y la dedicación que los listos habían puesto en ese empeño. No podían permitir que todo se viniera abajo por un detalle sin importancia… De modo que, sin más preámbulo ni dilación, reanudaron nuevamente la labor.
Empezaron de nuevo por la escala de los tontos. Tomaron “ítem” tras “ítem” y lo estudiaron con todo detalle, revisando tanto la muestra como las condiciones de aplicación; y, en definitiva, cualquier cosa –por insignificante que fuera- que pudiera estar interviniendo, influyendo, o las dos cosas a la vez, en la definición y aplicación de la escala.
La escala para “definir tontos” era, más bien, corta. Los tontos eran tan simples que con unos cuantos “ítems” podían abarcar toda su idiosincrasia estructural, tanto la cognitiva, volitiva y emotiva como la motivacional y conductual; y, en suma, toda la completa personalidad de los tontos.
No vayan a pensar por ello que esto quiere decir que la elaboración de esa escala fue “pan comido”
¡No vayamos a equivocarnos!
La escala tenía su índice de dificultad; esto es, el índice de dificultad necesario para que su elaboración fuera una tarea verdaderamente digna de los listos; pues ellos no se dedicaban a cosas vanas y sin importancia o presumiblemente fáciles.
Todo lo que hacían los listos era “de peso” de manera que esa escala, la de los tontos, no iba a ser menos.
Por ejemplo, uno de los primeros rasgos que se pusieron a estudiar y que era de los más preciso, definitorio y sólido, en cuanto a la identidad de los tontos, fue el de la confianza que éstos depositaban incondicionalmente en sus semejantes y en ellos mismos.
Otro rasgo determinante y altamente definitorio de la personalidad de los tontos que los listos añadieron a esa escala, después de analizarlo exhaustivamente, fue el de la bondad; de ahí la frase “De bueno que es, parece tonto”.
También pudieron constatar que todos los individuos del grupo estudiado (el de tontos, claro), presentaban ese rasgo sin excepción, tanto, que pudo ser identificado y medido en algún grado, incluso en el grupo “límite” de listos.
Los listos observaron, además, que la calidad de la bondad apreciada en los tontos difería de aquella bondad normal y consecuente que todo listo expresaba a quien le hacía algún favor, o mostraba hacia todo aquel del que podía obtener algún beneficio.
No, la bondad de los tontos ni era así, ni tenía lógica, ni respondía a una relación “causa efecto” como sucedía en su caso, en el caso de los listos, claro. La bondad que pudieron observar en los tontos se manifestaba de modo incondicional, como si éstos estuvieran movidos por una programación inconsciente que les empujara a buscar el bien en todo y en todos.
Algo así como buscar y hacer el bien siempre...
Los listos concluyeron que, tal diferencia, sólo podía ser explicada como una aberración de la bondad provocada por lo enormemente necios que eran los tontos; y, era obvio, que el único tipo de bondad natural, es decir, no adulterada, era el que se apreciaba en los listos, que, evidentemente, era el producto de su inteligencia y sabiduría.
Tras un laborioso análisis, los listos dejaron bien sentado que la confianza y la bondad que presentaban todos los tontos - así, tan incondicional, y tan a priori -, no podían ser naturales ni normales, sino una adulteración patológica de esos individuos; y si encima los dos rasgos se vinculaban entre sí, entonces esa interacción formaba un parámetro de medida, inequívoco, para determinar que, sin lugar a dudas, quienes lo presentaban, eran tontos.
Otra variable que, gracias a la definición de la interacción de esos dos rasgos citados, pudieron los listos aislar en los tontos se expresaba con términos de fe, tales como, fe en la vida, en la humanidad y en toda la creación; y todo ello unido a una voluntad inquebrantable que mostraban los tontos en suprimirse algunas cosas que calificaban de defectos, como algo que llamaban envidia y ambición.
Lo cierto es que a los listos no se les ocultaba lo difícil que era objetivar todo esto, de modo que les costaba un arduo esfuerzo y una constante dedicación.
Pero ¡los listos eran tan inteligentes! que, a pesar de las dificultades, iban progresando gradualmente y con eficacia.
Cuando ya estaba casi finalizada la escala, los listos descubrieron otro rasgo que les pareció de lo más relevante para definir a los tontos: los tontos mostraban un afán constante por alejarse de toda conducta que significara violencia, humillación, dominio, imposición y abuso de poder hacia otro ser vivo.
Los listos se decían unos a otros: “estos tipos raros carecen de todo deseo y aspiración de poder, de autoridad y de respeto...
No conocen ni saben lo que todo esto quiere decir...
No les importa el ser avasallados, no responden, no tienen criterio alguno, no saben imponerse, no se respetan a sí mismos, ni tienen dignidad, ni nada de nada...
No hay asomo alguno en ninguno de los tontos que tenga que ver con el hacer prevalecer sus juicios y sus valores; y tampoco se observa en ellos nada que tenga que ver con el manifestar sus voluntades y convertirlas en normas de un modo tajante y sin negligencias tal y como siempre hacemos nosotros para el bien de la comunidad...
Estos individuos no pueden ni saben llegar a ninguna conclusión útil por sí mismos; siempre andan buscando, preguntando, sopesando lo que piensan los demás...
En fin, que los listos se reafirmaron en lo que pensaban:
“Los tontos, pobrecitos, lo son y mucho. Sus necedades son dañinas para la comunidad y sólo pueden ser entendidas como resultado de lo inconmensurablemente tontos que son”.

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